El cielo está límpido, no hay nubes el el cielo, es mediodía y el sol calienta la tierra con todo su esplendor.
Hace calor.
Los cubículos se sienten sofocantes, no hay brisa de viento que atraviese las ventanas y refresque un poco el ambiente. Los ventiladores solo mueven el aire caliente y pesado alrededor de los pequeños espacios, sin lograr aliviar un poco la incómoda sensación de sofocación.
Hace mucho calor.
Sentada frente a mi computadora, hago grandes esfuerzos para evitar que el sopor me venza; siento la ropa que se adhiere en forma molesta a mi piel y el enojo trata de apoderarse de mi. Me siento encerrada y dejo de prestarle atención a las pequeñas gotas de sudor que se van formando en mi cuerpo para caer en lentos hilillos húmedos que recorren las curvas que hay ante ellas.
Distraída, limpio con el dorso de mi mano un hilillo que siento sale de mi fosa nasal derecha. "Maldición! -pienso incómoda- ahora también me escurre la nariz". Busco un pañuelo para limpiarme la mano y noto que en vez de sudor hay un líquido grisáseo desconocido. Me pregunto qué podría ser, cuando siento que de mis oídos se escurre lentamente otro hilillo de agua. Intrigada, me seco con el pañuelo y noto que es más de ese líquido grisáseo. No entiendo, trato de comprender qué ocurre pero mi mente se va quedando sin ideas.
Voy perdiendo poco a poco los movimientos y lo que sucede a mi alrededor deja de interesarme mientras caigo lentamente en un letargo mortal. Una última idea se cruza por mi mente antes de apagarse para siempre:
- "Tenía qué ocurrir. Finalmente el calor me derritió el cerebro.... ¡Hace demasiado calor!."
Pd. No se me ha derretido por completo el cerebro. Pero hay momentos que siento que eso está ocurriendo y por eso salió este cuentito que escribí hoy.
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