Me decía mi mamá que cuando yo tenía unos 2 años me caí en la orilla de esa calle y me lastimé la rodilla, así que me lavaron con cuidado la enorme raspadura y me curaron en casa.
Como no había dinero para asisitir con un médico particular, solían llevarnos a revisión a un dispensario cercano a la colonia, así que cuando me tocó a mi revisión mi mamá me llevó allá para ver también mi cortada. El lugar era atendido por un médico despótico que regañaba y maltrataba verbalmente (con sacrasmos y desdén) a las mujeres que ahí llevaban a sus hijos; cuando le tocó a mi mamá entrar con sus hijos y que me revisaran a mi, le comentó que me había caído, que había lavado y curado mi herida, pero que me había aparecido una pequeña bolita en el lugar de la cicatriz.
El matasanos miró con desprecio a mi mamá, la regañó por los descuidos y por la ignorancia, y con frialdad le dijo que "nada podía hacer por su hija, salvo hacerle una acta de defunción porque la bolita era de cancer"....
Mi madre salió llorando por el maltrato del médico, por la impotencia de no tener dinero y poder llevarme a ver otro médico, uno más humano y menos desgraciado.
Yo crecí con esa bolita en mi rodilla, y jugaba y brincaba sobre ella sin que yo mostrara dolor. En las tardes, cuando mi papá se sentaba a ver la televisión, me sentaba a su lado y se pasaba un largo rato sobándome la bolita esa; aunque era cansado para mi y a veces molesto, me dejaba hacer porque era las escuetas demostraciones de afecto de papá.
Era extraño, pero con las sobadas había temporadas en que la bolita desaparecía y reaparecía en otro lugar de esa misma rodilla; seguían sobándome hasta que desaparecía y volvía a reaparecer en su lugar original.
Cuando tenía unos 9 años me caí y me raspé muy fuerte en esa bolita, por lo que mi mamá tremendamente asustada me llevó al DIF de Av. Imán a que me revisaran (el fantasma de que yo tenía cancer no la había dejado nunca).
Recuerdo que fué una doctora que utilizaba muletas la que me atendió muy amable, aunque mi mamá seguía desconfiando de los médicos. Mamá le explicó de la bolita, del médico que había dicho que tenía cancer y sus temores; la doctora la tranquilizó y le comentó que si yo no había mostrado ningún síntoma en tantos años, entonces era probable que no tuviese nada, pero que me observara para que estuviese tranquila. Del raspón y mi bolita, solo pidió que me lavaran con agua caliente y jabón neutro y que me quitaran la costra que ya tenía en ese momento.
No me hicieron nada ese día, por los nervios de mamá, pero al día siguiente me lavaron mi mamá y mi hermana G. Recuerdo que el agua estaba muy caliente (ah! cómo me dolía!), y mi hermana me quitó esa costra ya reblandecida para lavarme.
Cuando la quitó, espantada llamó a mi mamá para que observara... Pegada a la costra se encontraba un enorme vidrio transparente, justo del tamaño de mi bolita. Cuando me caí de niña y me lavaron, no pudieron ver el vidrio transparente, y que después mi cuerpo encapsuló haciendo esa bolita viajera.
Fueron 7 años que albergué en mi rodilla ese fragmento de vidrio, pero por fortuna no tenía filos cortantes (si no, probablemente me habría cortado algunos músculos, ligamentos o venas). Hoy tengo un hoyuelo en ese lugar, como recuerdo perenne de esas odiseas cuasi-cancerosas.
Flor libada por Mariposa de humo
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