*«Desperté de madrugada. Era un miércoles suave y algo lluvioso, en nada diferente de otros en mi vida, pero éste lo atesoro como un día único, reservado sólo para mí. Desde que la maestra Inés me enseñó el alfabeto, escribía casi todas las noches, pero sentí que ésta era una ocasión diferente, algo que podría cambiar mi rumbo. Preparé un café negro y me instalé ante la máquina, tomé una hoja de papel limpia y blanca, como una sábana recién planchada para hacer el amor y la introduje en el rodillo. Entonces sentí algo extraño, como una brisa alegre por los huesos, por los caminos de las venas bajo la piel. Creí que esa página me esperaba desde hacía veintitantos años, que yo había vivido sólo para ese instante, y quise que a partir de ese momento mi único oficio fuera atrapar las historias suspendidas en el aire más delgado, para hacerlas mías. Escribí mi nombre y enseguida las palabras acudieron sin esfuerzo, una cosa enlazada con otra y otra más.»
Eva Luna
(Isabel Allende)
miércoles, 31 de agosto de 2005
Arte de escribir
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