A la memoria de mi madre, Julieta Torres, en este día
Quisiera contarte, Madre
Andrea Montiel Levy
Si yo te contara, madre,
cuánto dolor me has heredado
cuánta oquedad percibo entre los seres.
Madre,
tu carne en mí se ha prolongado
pero también la pena de sabernos
a todos tan distantes.
Cuando de niña me prestabas tus ojos
aprendí a caminar por tus recuerdos
a deshilar el manto de tus sueños.
Y sabes, madre,
nos parecemos desde siempre
aunque los años nos separen.
Tu rostro
es el espejo donde podré mirar
mi ancianidad de algún mañana.
Tus manos
las manos que mantuvieron mis pasos
por el tiempo.
Tu voz
la voz música en palabras que hoy grabo
con tinta en mis papeles.
Somos lo mismo, madre,
mujeres en medio de la nada
pariendo hijos
estrellas
llanto.
Somos el fuego de una tarde
en que la muerte vendrá
para llevarnos.
También quisiera contarte, madre,
de toda esta vida que tú me has heredado
del gozo inexplicable que a mis ojos le cabe
cuando miro la luna
el mar
las telarañas
o cuando mi piel se eriza pudorosa.
Por ti, madre,
conozco la fiebre del deseo
la candidez y la nostalgia.
Por ti fui condenada
a sobrevivir con esperanza
y con esta soledad
que todo lo acompaña.
Tú bien sabes
de esas sorpresas con que tu canto
despertó mis sienes
alimentándome las fantasías
creciendo en mis oídos hasta escuchar
al Dios que tanto negué
por el camino.
Y me dejaste libre
al albedrío helado de mis días.
Y me dejaste sorda
con tu voz que aprisionaba las magnolias
en aquellos jardines que siempre quise
cultivar con mis no hermanos.
Ay madre, si yo te contara
¡cuánto he caminado!
Y en el trayecto donde tú me iniciaste
sola
encontré razones
sin sentidos
verdades a medias
mentiras
mi alma escandalosa
amor
distancias
ansiedad ilimitada.
Hoy sola
sigo encontrando sólo preguntas
pasos lentos
respuestas silenciosas
y tu mejor herencia, madre,
la deliciosa e inagotable incertidumbre
de mis sueños.
Andrea Montiel Levy
Si yo te contara, madre,
cuánto dolor me has heredado
cuánta oquedad percibo entre los seres.
Madre,
tu carne en mí se ha prolongado
pero también la pena de sabernos
a todos tan distantes.
Cuando de niña me prestabas tus ojos
aprendí a caminar por tus recuerdos
a deshilar el manto de tus sueños.
Y sabes, madre,
nos parecemos desde siempre
aunque los años nos separen.
Tu rostro
es el espejo donde podré mirar
mi ancianidad de algún mañana.
Tus manos
las manos que mantuvieron mis pasos
por el tiempo.
Tu voz
la voz música en palabras que hoy grabo
con tinta en mis papeles.
Somos lo mismo, madre,
mujeres en medio de la nada
pariendo hijos
estrellas
llanto.
Somos el fuego de una tarde
en que la muerte vendrá
para llevarnos.
También quisiera contarte, madre,
de toda esta vida que tú me has heredado
del gozo inexplicable que a mis ojos le cabe
cuando miro la luna
el mar
las telarañas
o cuando mi piel se eriza pudorosa.
Por ti, madre,
conozco la fiebre del deseo
la candidez y la nostalgia.
Por ti fui condenada
a sobrevivir con esperanza
y con esta soledad
que todo lo acompaña.
Tú bien sabes
de esas sorpresas con que tu canto
despertó mis sienes
alimentándome las fantasías
creciendo en mis oídos hasta escuchar
al Dios que tanto negué
por el camino.
Y me dejaste libre
al albedrío helado de mis días.
Y me dejaste sorda
con tu voz que aprisionaba las magnolias
en aquellos jardines que siempre quise
cultivar con mis no hermanos.
Ay madre, si yo te contara
¡cuánto he caminado!
Y en el trayecto donde tú me iniciaste
sola
encontré razones
sin sentidos
verdades a medias
mentiras
mi alma escandalosa
amor
distancias
ansiedad ilimitada.
Hoy sola
sigo encontrando sólo preguntas
pasos lentos
respuestas silenciosas
y tu mejor herencia, madre,
la deliciosa e inagotable incertidumbre
de mis sueños.
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