Ayer que estuve en Coyoacán, aproveché para ir a bobear entre las artesanías que venden cerca del mercado; entre los puestos me encontré con un pantalón tipo hindú que me encantó y que compré rauda y veloz. Es de una delgada tela de algodón de color marrón que va degradándose en tonalidades; el borde inferior está bordado con chaquira lo que le dá un toque elegante, y como complemento de coquetería es de los que se amarran por delante y detrás, es decir, cuando hay un poco de viento, se hace una abertura dejando al descubierto las piernas.
Así que como orgullosa dueña de tan encantadora prenda, decidí estrenarla hoy para venir al trabajo. ¡Claro! me lo chulearon mucho las compañeras, y eso siempre hace que una se cargue de cierta vanidad.
A la hora de la comida, salí rumbo a San Angel para hacer unos pendientes que tenía, y caminando por Ciudad Universitaria me llamaron dos mujeres que acababan de pasar a mi lado. Me acerqué a ellas pensando que necesitaban saber cómo llegar a alguno de los edificios, pero lo que ellas deseaban saber era dónde me había conseguido tan hermosa prenda.
¿Qué más decir? Después de agradecer sus elogios con una sonrisa de oreja a oreja, me fuí caminando y partiendo plaza.
Mi vanidad está ahorita en el cielo, volando cerca de mis pensamientos...
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