Hay olores que me hacen recordar una etapa de mi vida, principalmente mi niñez: cuando paso entre los puestos de fruta, a veces es el aroma de un guisado, el aroma de algunas plantas...
En este último tipo de olores, el olor a pino tiene un gran peso en el baúl de mis recuerdos. Cada diciembre mi papá compraba un pino natural justo el día 24 de diciembre (cuando más baratos estaban), y el olor de los guisados que se preparaban para la noche se mezclaba con el del pino, el cuál nos dedicábamos a adornar en último momento.
Ayer quité el arbol natural que puse este diciembre, pequeño (¿nostálgico?) homenaje a los recuerdos de mi infancia, y el olor del pino me envolvió con una calidez diferente y especial. Cerré los ojos y mientras aspiraba el aroma resinoso de la madera, me di cuenta que no pensaba en los guisados de mi infancia, en las hebras de brea cayendo por entre las ramas del pino, las risas y los cantos que salían de la cocina o el sabor de las frutas que eran parte de la colación de posadas previas...
Esta ocasión aroma del pino fué diferente, especial, nuevo... El olor me envolvió como un suave y cálido abrazo y entonces lo supe: esta misma sensación tan deliciosa es la que me provoca el abrazo de el delfín de mis dos rosas.
(Mariposa de humo deja la mirada perdida en la pantalla por un instante, suspira profundo y al guardar el post, una suave sonrisa se dibuja en su rostro mientras piensa en Él)
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